Me pregunta si acaso Pedro Páramo no es una obra sobrevalorada.
Un amigo.
Al instante le digo no, aunque entiendo por qué lo
piensas: ese texto tiene sobre sí un prestigio auténtico aunque
institucionalizado.
No te entiendo. ¿Podrías explicarte?
Claro: Pedro
Páramo se ha convertido en un objeto de culto que acumula alabanzas
justificadas aunque, en boca de muchos: gratuitas, vanas, pues son repeticiones
de juicios y valoraciones dictadas por la institución literaria, y no el producto
de una lectura comprometida, atenta.
¿Tú has leído Pedro
Páramo atentamente? ¿Comprometidamente?
Espero que sí.
A ver, dime ¿a ti qué te gusta de Pedro Páramo?
Todo. Podría afincarse una tradición literaria sobre
las páginas de esa novela.
¿A qué te refieres?
A que tan sólo el comienzo da para elaborar una
ontología del mexicano.
No te entiendo
Trataré de explicarme con el inicio de la novela.
Escucha: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro
Páramo”. ¿Qué ves ahí?
Nada.
Yo veo esto: el pretérito de indicativo “vine”
refiere traslado, migración. Alude a la acción de alguien que se mueve por
algo, buscando algo. Si bien ese verbo, en la novela, se ciñe al viaje de Juan
Preciado, yo lo identifico con los flujos migratorios permanentes,
persistentes, de este pueblo llamado México, el cual siempre emigra, siempre
anda de un lado a otro en busca de algo, llámese a eso sobrevivencia o un
familiar vivo o “desaparecido”.
¿No exageras?
Tal vez. Lo más probable es que sí. Pero a mí me da
por pensar eso. Y esto también: la expresión “me dijeron” señala la existencia
de un “otro” que sabe algo que Juan Preciado no sabe, por lo que depende de ese
“otro” para conocer y reconfigurar parte de su historia. ¿Quién es ese “otro”?
De entrada, su madre, pero a lo largo de la novela múltiples voces
reconstruirán el pasado de Juan Preciado para devolverle la memoria y su
identidad.
¿Y cuál es esa identidad?
La de un hombre despreciado por su padre. Negado por
su padre. Producto de una madre engañada, burlada, esquilmada, vejada, exiliada
y olvidada por Pedro Páramo. “El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo
caro”, demanda Dolores Preciado con un rencor proyectado al hijo, quien por tal
motivo tratará a su padre como “un tal Pedro Páramo”. Un tal: expresión que
denota desconocimiento, alejamiento pero también un odio naciente del hijo
hacia el padre.
¿Y eso mismo encuentras en el mexicano? Porque
dijiste que Pedro Páramo puede leerse
como una ontología del mexicano.
Efectivamente: en México veo a millones de personas
abandonadas, física o anímicamente, por el padre, quien se convierte por ello
en “un tal”. En esas imágenes aparecen también millones de mujeres ordenando a
sus hijos, con las manos crispadas: “No vayas a pedirle nada. Exígele lo
nuestro. Lo que siempre estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en
que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.”
No estoy de acuerdo.
No busco que lo estés. Sólo expongo lo que veo.
Supongamos que tienes razón: de cualquier forma, lo
que señalas no es exclusivo del mexicano. Seguro que muchos pueblos viven de un
lado a otro, buscando presencias-ausentes y maldiciendo la figura del padre o
viviendo a partir de la memoria rencorosa de la madre.
Concedo. Pero tu argumento va en contra de mi punto,
no en contra de la novela de Rulfo. Es decir: lo que señalas supondría que la
ontología presente en Pedro Páramo,
si es que hubiera alguna, no sólo es mexicana, sino humana. E invocaría mi
punto inicial: el texto no está sobrevalorado, como mencionaste al principio.
Todo lo contrario: Pedro Páramo es
una novela que excede su circunstancia mexicana para instalarse como una exploración
de la condición humana, así, sin más.
Vale. De acuerdo.
Además, ¿no te parece que en México, efectivamente,
los muertos hablan?
No.
Yo pienso que sí. Y lo que dicen tiene más peso que
lo que expresamos los vivos, porque la existencia de los muertos tiene más peso
y es más real que la vida de los vivos.
Otra vez no te entiendo. Estás diciendo disparates.
Es que tú no oyes ladrar a los perros. Cuando ellos
ladran, revelan una frase recurrente en México, que se extiende como un grito o un susurro.
¿Cuál es?
"Diles que no me maten. Así diles".
por Jaime Magdaleno.
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