Dentro de la tradición hermenéutica, se suelen
considerar dos caminos en la comprensión textual: por un lado, el camino
unívoco, literal, y por el otro el alegórico, simbólico. La univocidad propone
una lectura fidedigna, ceñida a lo que el texto “dice”, mientras que la
alegórica trata de encontrar aquello que el texto “quiere decir”. Si la
hermenéutica es una actividad que se encarga de comprender los textos, ubicándolos
en sus contextos respectivos (Beuchot: 2008), la hermenéutica univocista
propone comprender el texto a partir de la auto referencialidad de su contexto,
en oposición a la hermenéutica alegórica, cuyo contexto se despliega en un
universo simbólico, por medio del cual el significado se construye, no sólo con
lo que el texto “dice” sino, sobre todo, con lo que “quiere decir”. Frente a
ambas hermenéuticas, Mauricio Beuchot propone una hermenéutica analógica, que
reconcilia ambas posturas en la comprensión del texto, pretendiendo evitar con
ello la exacta pero simple lectura “univocista”, así como también la libre pero
desproporcionada lectura “alegórica”.
Ahora bien: parece claro que El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la
Mancha ha sido un texto leído, sobre todo, desde una hermenéutica
alegórica, ya que se le han adjudicado múltiples sentidos y significados a la
obra de Cervantes. Hay quien considera que la desmesura del texto responde
a una reacción crítica en contra del racionalismo del hombre moderno, y quien
ha visto en las fantasías del Quijote un reflejo de la evasión de la realidad
de la España del siglo XVII (Álvarez, 2009). Ambas lecturas alegóricas del
Quijote han convertido al personaje en un espíritu rebelde y romántico, o bien
a la obra en una crítica hacia la España rezagada, atrapada en trasnochados
sueños de grandeza caballeresca.
No obstante, no es esto sobre lo que trata
el presente texto, sino sobre la hermenéutica practicada por el lector-Quijote
y por el narrador-Cervantes. Es decir: lo que se pretende es dilucidar -si
acaso interesa hacerlo- la hermenéutica practicada por el Quijote sobre las
novelas de caballería y por el narrador Cervantes sobre la historia trazada por
Cide Hamete Benengeli. Además, se propone aquí una herméneutica estrafalaria y particular
para acercarse a la obra de Cervantes. Comencemos con el Quijote:
El señor Quijada, Quejana o Quesada es,
ante todo, un lector cuya lectura es fervorosa y devocional, aunque literal.
Los libros de caballería no le muestran posibilidades alegóricas; antes bien,
el camino trazado por Amadís o por Roldán es comprendido y posteriormente
aplicado con afán literal. Quesada, Quijada o Quejana, ya convertido en
Quijote, revive las hazañas de los caballeros que le antecedieron –en el
tiempo, aunque no en valor y fama- con la meticulosidad de aquél que quiere
demostrar la comprensión cabal de lo leído. Así pues, el lector-Quijote, como hermeneuta,
se mueve en la comprensión y recreación referencial-literal de los textos que
fueron su solaz. En cuanto a Cervantes:
Miguel de Cervantes es un lector de
folios que un buen día “se encuentra” con una historia “trazada” por un tal
Cide Hamete Benengeli, y se regodea en la felicidad del que trata con un texto
que reconoce maravilloso en su tono y su anécdota. Miguel de Cervantes,
enamorado de la historia, rastrea, husmea, encuentra y solventa traducciones
del árabe al español para poder escribir después “su propia versión” del
Caballero de la Triste Figura. Cervantes, como lector, es un hermeneuta parafrasísitico
y re-creativo, que lee gozosamente para después escribir libremente “su versión”
de Don Quijote. Con ello, re-crea la historia del Caballero de la Triste
Figura, por lo que su hermenéutica tiende a re-producir una historia “ya
escrita”, y lo hace no desde un trabajo literal sino, en todo caso, analógico,
pues no transcribe literalmemente la historia de Benengeli ni tampoco inventa
otra distinta, sino que va por el camino “trazado” por el autor árabe.
En consecuencia, el Quijote es un
hermeneuta literal y Cervantes un hermeneuta analógico. Sin embargo, lo escrito
hasta aquí, para todo aquél que ha leído la novela de Cervantes, se mira
desmesurado, desproporcionado, sin sentido, o en el mejor de los casos, con un
sentido limitado. Y es que es falso que el Quijote aplique de manera literal lo
que ha leído. Antes bien, altera disparatadamente todo aquello que requiere
para adaptar su realidad a la fantasía de las novelas de caballería, de ahí que
utilice cartones para fabricarse una celada, tome sin pudor a un rocín flaco
-o sea: un caballo de trabajo- para convertirlo en el “primero de todos los
rocines del mundo” o modifique recetas consignadas en sus libros de caballería,
necesarias para elaborar ungüentos y menjurjes con los cuales aliviarse, aunque
con ello sólo consiga purgarse. El código de caballería es alterado por el
estrambótico Quijote, motivo por el cual es lícito pensar que su proceso de
lectura decodifica-descodifica-codificando las sin-razones de su alterada
razón.
Por si fuera poco, Cervantes fabula una
doble historia: por un lado, la de un autor árabe, supuesto escritor de la historia
sobre el Quijote y, por el otro, la del propio Quijote, cuyas aventuras se
convierten, así, en una “historia cidehametebenengeliana-cervantina”, que se va tejiendo
conforme Cervantes escribe, supuestamente re-creando los folios de Cide Hamete.
Con este mecanismo, Cervantes teje su propio tejido textual ¡que a su vez es el
de Cide Hamete! El proceso de escritura de Cervantes supone la lectura no sólo de las novelas de caballería sino de los (imaginarios) folios de Cide Hamete Benengeli, armando con ello un tejido intertextual en el que la lectura se re-crea mediante la escritura y la escritura se nutre de lecturas diversas, reales o imaginadas. El lector-Cervantes, haciendo gala de una "hermenéutica de extraordinaria locura", lee conjeturando escrituras y escribe recreando lecturas.
Por lo anterior, considero que si la hermenéutica consiste en comprender
los textos, ubicándolos en sus contextos respectivos, una de las múltiples
posibilidades de lectura del Ingenioso Hidalgo Don Quijote exige que uno
termine compartiendo la lectura-locura del autor y el personaje,
convirtiéndose, con ellos, en un
lector-hermenuta que no es ni literal ni alegórico ni analógico sino todo lo
contrario pero, si usted quiere, eso mismo o también lo adverso.
por Jaime Magdaleno
Fuentes
Álvarez, Federico. "Cervantistas y quijotescos I, II y III", en Vaciar una montaña. 134 glosas. Obra Negra, México, 2009.
Beuchot, Mauricio. Perfiles esenciales de la hermenéutica. F.C.E-U.N.A.M., México, 2013.
Miguel de Cervantes. Don Quijote de la Mancha. Edición del Quinto Centenario. RAE-Asociación de Academias de la Lengua Española. México, 2005.
por Jaime Magdaleno
Fuentes
Álvarez, Federico. "Cervantistas y quijotescos I, II y III", en Vaciar una montaña. 134 glosas. Obra Negra, México, 2009.
Beuchot, Mauricio. Perfiles esenciales de la hermenéutica. F.C.E-U.N.A.M., México, 2013.
Miguel de Cervantes. Don Quijote de la Mancha. Edición del Quinto Centenario. RAE-Asociación de Academias de la Lengua Española. México, 2005.
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