Lo andaban buscando.
La Meche, la Chiquis e incluso el Pantera le
advirtieron: lo andaban buscando y era cuestión de tocar en dos o tres puertas
más para que dieran con su paradero, así que andaba todo receloso, encabronado,
como perro o león enjaulado. Pensó en escapar pero no quiso dejar su hogar
desprotegido. A su mujer y a sus criaturas sin amparo. De por sí ya los había
descuidado demasiado, metido dos días ahí, en la casa de su compadre Chema:
todo por seguir tomando cervezas y fumando piedra. No, no podía darse a la
fuga. Él no era de los que abandonaba a su familia. Si ya le estaban pisando
los talones, debía enfrentar a los que lo buscaban para intentar sobornarlos o
de plano correrlos a balazos —en caso de ser necesario— con la ayuda del Chema
y del Pantera.
Mandó a la Meche y a la Chiquis a que investigaran
los motivos por los cuales lo buscaban. Podrían remitirlo por el robo al
colectivo “Indios Verdes-Tanque 2-Ecatepec”, o por la requeteputiza que le
propinó al “Güero”: un cabrón que le disputaba la fama de madreador en el
conjunto, pero que resultó ser puro pájaro nalgón. No obstante, había
transcurrido más de una semana de ambos asuntos y nadie lo requirió hasta
entonces. ¿A qué venía ahora su búsqueda?
La Meche y la Chiquis volvieron. Lo que dijeron fue
ridículo: según ellas, unos hombres de la Comisión Federal de Electricidad lo
buscaban para informarle que iban a cortarle la luz por falta de pago.
—¿Que qué chingados?
—Sí, carnal. Unos güeyes de la luz te
están buscando para avisarte que te la van a cortar porque no has pagado.
—Ah, chingá. ¿A mí? ¿A mí que soy la
verga más peluda de la Buenos Aires de Huehuetoca? ¿Cuándo se ha visto esa
mamada? A ver, Chiquis, llévame con esos culeros para que vean que aquí yo soy
el que la tiene más grande.
Todos salieron de la casa de Chema de inmediato. Los
hombres iban sin camisa, dispuestos ya a darse en la madre con quien hiciera
falta. Las mujeres, a risotadas, iban saltando alrededor de los hombres,
instigándolos a la pelea. Los vecinos del conjunto, al enterarse del motivo del
pleito, fueron arremolinándose a su alrededor. En bola, casi podría decirse que
en procesión, llegaron ante el personal de la CFE. Tres hombres vestidos con
mezclilla, con botas negras y cascos amarillos, buscaban entre las múltiples
cajas de luz del segmento G-13 del conjunto, aquélla que debían clausurar. Al
ver al enjambre de vecinos, uno de los empleados preguntó, secamente: “¿qué se
les ofrece?” Él respondió.
—Me dijeron que estaban buscando a Cirilo
Domínguez, ¿no?
El hombre robusto y prieto se quitó el casco.
Respondió golpeado, a manera de reclamo.
—Así es. Llevamos un rato preguntando por
don Ciriaco y nadie nos quiere dar razón, como si fuera una ofensa preguntar
por él. ¿Usted sabe quién es o dónde está?
Hasta entonces, nadie en el conjunto había osado
llamarle Ciriaco. De hecho, se había vuelto madreador para no permitir que
nadie le hiciera burla o inventara apodos con su nombre. Y ese pendejo no iba a
ser el primero…
De un trancazo seco y directo, Cirilo lo derribó. Los
compañeros de la CFE de inmediato quisieron entrar al quite, pero el Chema y el
Pantera los recibieron a madrazos. La Meche y la Chiquis los rodearon y, a
mentadas de madre, les propinaron patadas cada que podían. Así, ya sin
contratiempos, Cirilo se pudo dar vuelo atizando a su oponente. En cada golpe,
con cada patada, quiso dejar claro quién era él: CIRILO DOMÍNGUEZ: la verga más
peluda y más grande de la Buenos Aires de Huehuetoca. Cuando el contrincante no
ofreció respuesta, Cirilo tomó del suelo una de las pinzas con la que el
personal de la CFE intentó cortar la luz y se la clavó en los ojos al hombre. Luego,
se la incrustó bajo la garganta. La sangre salió profusa, rebosante sobre el
hombre, que se agitó como gallina degollada ante la incredulidad y algunas
risas de los vecinos. Chema, el Pantera y las mujeres dejaron en paz a sus
oponentes, quienes golpeados y ensangrentados, salieron huyendo del lugar.
Hechos trapo, y sin que nadie intentara detenerlos, subieron a toda prisa a
bordo de una camioneta Chevrolet, que en uno de sus costados ostentaba el
eslogan: “CFE: Una Empresa de Clase Mundial”. La camioneta se fue rápido,
dejando un reguero de sangre y una estela de polvo en la Buenos Aires de
Huehuetoca.
por Jaime Magdaleno.
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