LLEVAN HORAS ESPERANDO A SU SANTIDAD aunque López Dóriga
me corrige: dice que el pueblo de México se ha preparado desde hace meses para
esta visita del Sumo Pontífice. Desde luego, esto es según se mire: yo, señor López
Dóriga, estoy hablando del día de hoy: desde esta mañana en que la cámara del
helicóptero de “Noticieros Televisa” no ha dejado de registrar las imágenes de
una ciudad de México que se siente tocada por la Providencia; aunque para los
no iniciados, como yo, se mire igual: llena de gente, humo, carros y mierda. El
sentimiento de comunión es general; así las cosas, no es extraño mirar al
Presidente de la República, a su Señora Esposa y a miembros del gabinete
participar del fervor religioso, al tiempo que en las calles la gente vitorea: “¡FRANCISCO,
HERMANO, YA ERES MEXICANO!”. Sé que mi madre en este momento debe estar
emocionada, siguiendo los acontecimientos vía televisión (¿Televisa o TV
Azteca?), pues es una fanática consagrada de los espectáculos papales. Incluso,
guarda las misas que el Papa Juan Pablo II ofreció en tierra azteca durante la
primavera de 1979. Jamás la vi colocar alguno de los acetatos en el viejo
tocadiscos Panasonic, aunque estoy seguro de que posee un álbum doble porque
cuando me fui de su casa (acusado de un robo que, juro por la Virgen de
Guadalupe, no cometí) y al recoger mis discos, pude ver el LP. En la portada,
un Karol Wojtyla joven, fuerte, enérgico, impartía la bendición a una multitud
desbordada, en éxtasis, mientras desde un báculo dorado Cristo contemplaba. ¿Nos
estará observando ahora?
Según mamá, por
supuesto que Él nos ve. Él nos observa porque, recuerda pequeño bastardo, Dios
está presente en el cielo, en la tierra y en todas las cosas. De esta manera, ¡es mejor que te dejes la verga porque ¿crees
que a Dios le resultaría agradable ver cómo te la chaqueteas?!
¡Demonios!
Es difícil sobrellevar la lujuria justo
el día en que todos se sienten tocados por la Santidad. Ahora mismo, por
ejemplo, tenía la intención de jalármela, inspirado en las piernas, las nalgas
de las actrices de Televisa, pero ¡oh, sorpresa!, la televisora está
concentrada en la próxima llegada del Vicario de Cristo. Y no importa que tome
el control remoto y busque en otros canales una nueva veta de satisfacción: en
todas partes miro el mismo escenario, escucho los mismos comentarios: El pueblo
de México lleva meses preparándose con alegría, con mucho amor, para esta
visita del Sumo Pontífice. El Papa, todos los sabemos, tiene una agenda
apretada, mas él pidió venir a México porque quería visitar a la Morenita del
Tepeyac y bla, bla, bla, bla…
Un avión de la
aerolínea Alitalia aterriza y el júbilo colectivo se deja sentir. El conductor
de televisión dice que ésta es una de las cualidades del Papa, de este Papa:
acerca los corazones de los hombres. Suena música de mariachi, baten palmas y
yo reflexiono acerca de lo dicho por el locutor; según él, las posibilidades de
reconciliación de Francisco son infinitas. De esta manera, a los reunidos en
espera de Su Santidad los mueve el amor, la fe, el deseo de paz, de
reconciliación: quizá ahora mismo, entonces, la ciudad transpira los mismos
sentimientos. Sólo es cuestión de comprobarlo, pero ¿de qué manera?
¿Una llamada
telefónica puede servir de termómetro? ¿Tomar el auricular, marcar un número y
decir: “Hola mamá, qué tal, cómo estás, cómo va todo? Oye, yo no te robé esos
tres mil pesos, y mucho menos para fumar piedra. ¿Sí lo sabes, verdad? ¿Me
crees, verdad? ¿Me quieres, verdad?”.
¿Es posible que la misericordia de Francisco
ablande el corazón de mamá? Supongo que debo intentarlo.
El teléfono es
un prodigio. Sólo él podía sacarme de este pasmo, de este aturdimiento, del
estado soporífero producido por la santidad de Su Santidad. Aunque, a todo
esto, ¿quién chingados es Tere?
Ah, sí, Tere.
Tere es una
demostradora de electrodomésticos a la que conocí en el metro, una tarde en la
que regresaba de escuchar una charla sobre la “Superación del Duelo”. Venía
cansado, seguramente tenía la misma expresión de hartazgo disimulado que asoma
en el rostro del Vicario, pero aun así ella me sonrió. No pude evitar caer en
el juego, sobre todo porque recordé que mi amigo Brandon me había comentado que
en el metro es muy pero muy fácil enganchar a alguna mujer anhelante de romance.
Así que contesté la sonrisa. Nos dirigimos miradas durante el trayecto, y aun
cuando en la estación Hidalgo una turba furiosa y maloliente irrumpió en el vagón,
logré encontrar un resquicio entre los cuerpos para mantener su mirada sobre la
mía. No me hizo alguna seña en especial, pero al dirigir sus pasos hacia las
puertas comprendí que estaba a punto de descender. Con dificultad, logré
hacerme espacio hacia la salida, no sin antes sentir que el culo abultado de un
clon de Edgar Vivar destrozaba mis testículos. Al salir del vagón y todavía en
el andén, me acerqué a preguntarle cualquier estupidez. Ella contestó y
continuamos platicando hasta que yo, muy propio, la invité a tomar un café.
Aceptó y dirigimos nuestros pasos a un OXXO, sólo que ya allí se me antojó una
chela. Me tomé una XX Lagger y ella bebió un café con crema. La plática giró
sobre cualquier eje podrido hasta que llegó la hora de despedirnos, pues se le
hacía tarde para llegar al trabajo. Quedamos en vernos. Y hasta ahí llegó
nuestro primer encuentro.
La segunda vez
que la vi ella habló por teléfono. Fue un domingo en que yo estaba
especialmente crudo (creo que todavía estaba ebrio); me dijo que estaba a pocas
calles de donde le había dicho que yo vivía, y preguntó si era posible vernos.
Contesté que sí. Y a los veinte minutos ya estaba frente a mí.
Fuimos a un
parque. Le dije que me gustó mucho recibir su llamada. Ella preguntó “¿por qué?”
y yo le dije “porque tenía muchas ganas de besar a una mujer”. Ella respondió “¿qué
esperas?” y yo le dije que si la iba a besar tenía que ser en otro sitio.
-¿Y en dónde
está ese otro sitio?
-A tres calles
de aquí.
Caminamos.
Fuimos hablando de cosas varias que ahora, en el momento en que me pongo una
chamarra de mezclilla y el Papa imparte la bendición a la Primera Dama y a su
distinguida familia, no recuerdo. Llegamos a mi casa. La hice pasar y mientras
encendía un cigarro sin filtro; ella miró la habitación. Preguntó la razón por
la que había tapizado el cuarto con imágenes de mujeres desnudas. Respondí: por
dos razones:
-La primera es
que yo siempre he querido ser mecánico y he visto que todos los mecánicos
llenan las paredes de sus talleres con fotos porno. La segunda es que yo, en el
fondo, siempre he sido un maniático sexual.
Sonrió.
La acerqué
hasta a mí. Le besé los labios, el cuello. Ella comenzó a jadear, algo que me
pareció una exageración –después me confesó que lo hizo pues llevaba varios
MESES sin sexo-. Le quité su saco de demostradora, le bajé la blusa escotada y
mordí los bordes de sus senos. Ella pidió entonces que no me la cogiera sino
que la V I O L A R A. Yo pregunté (estúpidamente) “¿qué?”. Y ella dijo:
-¡¡¡¡¡VIÓLAME!!!!!
Entonces yo le
quise arrancar la ropa, porque supuse que eso se hacía en una violación, pero
me arrepentí, ya que pensé que con su sueldo de demostradora sería muy difícil
reponer el uniforme. Así que sólo jalé con fuerza sus prendas y después se las
quité con brusquedad. La mordí, la lamí, la estrujé y me la cogí.
Total que ahora
que estoy por llegar al metro San Cosme, recuerdo todo esto como preámbulo
a nuestro nuevo encuentro. Fue un
milagro –no sé si inducido por el Vicario- que ella me llamara justo hoy; hoy día
en que desde la mañana el pito me punza, y no pienso desaprovechar la ocasión.
No me bañé. No me rasuré ni me puse desodorante, pero creo que eso entre un par
de obsesos sexuales es lo de menos.
Ahí está, con sus pezones apuntando hacia el cielo y con una sonrisa dibujada en el rostro.
-Hola, ¿cómo
estás, pequeño bastardo? ¿Interrumpí algo?
-No, a decir
verdad, estaba ansioso porque llamaras.
-¿Y eso?
-¿Tú qué crees?
Sonríe. Dice que
el tráfico de la ciudad está imposible, pues muchas calles fueron cerradas y la
circulación desviada hacia diferentes puntos por la llegada de Francisco.
Quiero decir, “¿qué chinga, no?”, pero no puedo pues, contrario a lo que yo
esperaba, caminamos por la colonia San Rafael y no rumbo a Santa María la
Ribera.
No pongo objeción.
Ella dice cosas que no logro comprender, pues estoy pensando en que mi casa
cada vez se aleja más y yo quería ir a mi cuarto a coger para darle consuelo a
mi pequeño “dick”. Sin embargo, finjo que escucho, contesto mecánicamente y aún
sonrío con los chistes que Tere refiere con su voz aterciopelada.
Al llegar a la
Secundaria 26, ella comenta que le dio mucho gusto que estuviera en casa y,
sobre todo, que estuviera disponible, ya que quería divertirse conmigo.
-¿Divertirnos? ¿En
dónde?
-¿Tú dónde
crees?
Con alguna de
las manos voltea mi rostro hacia la izquierda: y sí, a un lado de mí, justo a
un costado de la Secundaria 26, la marquesina del Hotel Rosas Moreno brilla,
resplandece como, supongo, lo hicieron las Tablas en las manos de Moisés, por lo que la
sonrisa y el buen ánimo vuelven a mi espíritu.
Saca trescientos pesos de su bolso, los pone sobre mi mano y dice que con eso pague la habitación
y los condones. Entramos. Un largo pasillo semioscuro se extiende ante
nosotros. Algunos camaristas revuelven las sábanas en el patio; por allá una
pareja, totalmente ebria, trata de introducir la llave en la puerta de su
habitación. Yo pido un cuarto y unos condones.
-¿Quieres una chela?
–pregunta, cariñosa, Tere.
-Sí, no me
vendría mal –respondo.
-Cómprate un six -dice, poniendo otros cien pesos en mi mano.
Con el six,
tres condones y una llave, caminamos hacia la habitación 205. Detrás de
nosotros quedan las camaristas, los borrachos y las habitaciones que ventilan
un aroma a semen estancado. Encuentro la habitación, introduzco la llave. Abro.
Un cuarto minúsculo,
con una cama que pretende ser king size
y que aquí en la CDMX lo consigue, pero que en Oslo sería muy difícil que lo
lograra, está a nuestra disposición. La tele está sobre una repisa de madera,
frente a la cama. El baño, a un costado, ofrece la belleza fría de un mosaico
verde pistache. Enciendo la televisión, sintonizo el canal porno y comienzo a
desvestirme. Tere también lo hace. Termino antes que ella y aunque espera que
la embista ya, me dirijo al baño. Abro la llave de la regadera. Tomo una ducha.
Al salir, ella
está desnuda, sobre la cama, esperándome. Abre los brazos, esboza una sonrisa y
dice con cariño, tal vez con amor: “ven, acércate”. Me parece sobreactuada la
escena, por lo que decido no caer en el juego. Llego directamente a sus senos,
los muerdo, me mojo un dedo y lo introduzco en su vagina. Jadea. Me pide un
beso, pero yo no quiero besarla. Sólo quiero meterle la verga, así que sin más
le doy al asunto.
Ocupamos los
tres condones en un espacio de una hora, al cumplimiento de la cual Tere grita:
“¡CHIN, ES TARDÍSIMO! ¡ME VAN A CORRER!”.
-¿Qué, no habías
salido ya de trabajar?
-No. Inventé
que debía ir rápido a mi casa pues mi mamá había tenido taquicardia por la
llegada del Papa.
-Jajajaja. ¡No
mames! ¿Y te creyeron?
-No sé. No creo…
Lo que pasa es que quería verte… Pero aún así mi jefe se portó lindo y me dejó
salir con la condición de que volviera cuanto antes. Y mira la hora que es.
-Pues no tardes
más. ¡APÚRATE!
Se viste en el
acto y ajusta su cabellera en un chongo. Me dice que no me preocupe por acompañarla,
que ella de todas formas saldrá corriendo y tomará un taxi. Le digo: “no
pensaba acompañarte. Todavía hay un six de cervezas que me debo tomar, ¿ya lo
olvidaste?”
-Está bien. Quédate.
Yo luego te marco, ¿va? Dame un beso y me voy, cariño.
Ahora sí, la
beso.
Hora y media
después, termino con las cervezas. He decidido sintonizar el canal dos para
seguir el arribo de Francisco. López Dóriga sigue con la cantaleta de la
unidad, el amor, el perdón y la misericordia, y eso me lleva a pensar, de
nuevo, en mamá. Ebrio, decido tomar el teléfono del buró. Pido una línea
exterior a la recepción del hotel. Marco.
-¿Mamá?
-¿Quién llama?
-Soy yo, tu
hijo, el más pequeño.
-¡Ah, eres tú! ¡Pequeño
bastardo! ¿Vas a devolverme el dinero que me robaste?
-Ya te dije que
yo no fui, mamá. Jamás te robaría, y menos para fumar piedra, como me acusaste.
-¿Y si no
fuiste tú, quién fue? ¿El Espíritu Santo? Porque recuerda que aquí sólo vivíamos
tú y yo.
-Tal vez fue
Norma, la muchacha que te hace el aseo.
-¡No levantes
falsos, pequeño bastardo! ¡Te vas a condenar!
-Tú también te
vas a condenar si no me perdonas, mamá. El Papa Francisco está hablando de paz,
de perdón, de misericordia, y tú no observas eso conmigo, con tu hijo, el más
pequeño de ellos.
-¡Cállate,
maldito bastardo! ¡TÚ NO ME VAS A DECIR CÓMO VIVIR MI CRISTIANDAD! Y ¿sabes qué?
¡VETE AL INFIERNO!
Entonces, mamá
cuelga…
Decido vestirme
y salir de la habitación del hotel. Cuando López Dóriga pronuncia por enésima
vez la palabra amor, apago la televisión y cierro la puerta, azotándola.
por pequeño bastardo.
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