21.1.16

Sucedió a las tres


Hace tres días que no podía dormir. Justo se levantaba a las dos con cuarenta y cinco, como si su reloj biológico hubiese sido programado, y hacía lo mismo: abría los ojos, miraba a su alrededor: no veía absolutamente nada, todo tan normal y tan como siempre. Se levantaba e iba a inspeccionar lo demás de su apartamento. Sentía que alguien la miraba, quizá un fantasma, un muerto, quizá algo de eso que llaman demonios, o un ángel, no estaba segura de qué, pero sentía una mirada demasiado profunda mirándola. Abrió la puerta y estaba allí su sala, tan normal y semioscura como todas las noches. Sin prender la luz se dirigió a la cocina, después al baño, la zotehuela. Nada. Volvió a la cama, sintiendo en todo momento esa siniestra mirada que perturbaba su descanso.

    -¿mo vas con la historia amor?
    -Creo que no he avanzado mucho, cielo. Sólo tengo esa leve sospecha de que algo que no es fácil de creer va a pasarle, ¿qué? No lo sé bien, pero algo que ponga a las personas a mirar a su alrededor y a dudar.
    -¿Por qué estás escribiendo eso, amor?
    -No sé muy bien, pero cuando me siento a escribir, no puedo ver otra cosa que no sea esa escena: el departamento en oscuridad, un ente que no he descifrado si maligno o bueno rondando, espiándola.

Rolando se metió al baño y dejó a sus esposa en la sala, con el borrador de la historia que estaba creando. No tenía muchos adelantos y notó que la protagonista simple y sencillamente era nombrada con un “ella”. Carla, su esposa, pensó que quizá aún no había un nombre para su “ella”, y que tal vez esperaba encontrar uno que le diera al personaje un halo de divinidad, un nombre que saliera de lo común.



Rolando sale del baño y la mira con inquietud, mira las hojas de papel que tiene en la mano, las baja un momento y besa a Carla en la boca, toma su cuello y desciende sus manos hasta sus senos, la mira con aire falso de lujuria y la empuja hacia él, se separa un poco, mira a Carla como si fuese algún ente divino, como si a quien tuviera en frente fuera un ente que provenga de lo celestial. Toma las hojas y las tira fingiendo una virilidad que de manera muy visible no tiene, la besa con una furia que encuentra ella muy fársica y un tanto anormal en él. Van al cuarto, Carla le pide unos momentos para ir al baño, para prepararse. Sale del baño y con intención premeditada deja la luz prendida, se asoma por una de las orillas de la puerta y lo mira mordiéndose uno de sus labios; camina hacia él de una manera totalmente sugestiva, invitándolo a ir por ella o bien aguardar a que todo eso abrumador en su peculiar caminar llegara.



Rolando despertó en la madrugada, volteó a ver su reloj y vio la hora: dos con cuarenta y siete. Pensó en la obra que estaba escribiendo, entonces movió sus pies, salió de la cama con mucho cuidado, no quería despertar a Carla. Revisó el baño, la sala y el resto de la casa. Nada. Le dieron ganas de sentarse a escribir, en su cuerpo no había una pizca de cansancio, nada que lo devolviera a la cama. 
 

De nuevo se despertó, miró su reloj: las dos cuarenta y cinco. Observó las cosas a su alrededor, puso atención en las sombras, había algunos objetos que creaban figuras tenebrosas, la ropa en el clóset tenía algunos rostros que si mirabas de cerca eran monstruosos. Rostros con facciones fuera de lo humano, con sonrisas burlonas y cuernos bien enmarcados. Prendió las luces del cuarto, sentía una vibra que no le gustaba nada y el silencio se tornaba cada vez más aterrador, la luz prendida no aliviaba.


Se dirigió a la sala y prendió la luz, había un sonido que se metía en su psique, un sonido de aparatos domésticos funcionando; era parecido al día, un día normal agitado de una ama de casa, con todas las cosas funcionando para crear el orden que debe permanecer en un hogar: el refrigerador, el lavabo y la lavadora, todo funcionando de manera normal en una situación aterradoramente anormal.


Rolando se detuvo un momento, pensó que llevaba mucho tiempo escribiendo, dio la vuelta y el reloj decía que eran las tres de la mañana. Prendió un cigarro, alargó la mano para alcanzar un cenicero. Dio algunas fumadas sin soltar el humo. A la cuarta fumada, sacó toda la aglutinación de humo en su garganta. Leyó dos veces más lo que acababa de escribir, y en su mente pasó la idea de darle algo más creíble que un simple sonar de utensilios domésticos. Regresó al teclado.


El ruido cesó. Durante unos instantes su mirada no dejaba un cuadro: era la representación de un sueño de Allen Ginsberg, en donde una persona con una cabra entre las manos miraba al o los espectadores de una manera triste, tal si estuviera suplicando por un poco de atención para el animal herido. Sintió que debía acercarse, que algo tenía que decirle ese sujeto triste de mirada perdida. Se acercó al cuadro, puso uno de sus oídos en el relieve de la pintura, y de lejos escuchó un suspiro, acompañado de una voz que hablaba de manera difusa algo incomprensible. <<estoy soñando, estoy soñando, estoy soñando, esto es un mal sueño, estoy soñando>> se dijo Ann Marie –escribió Rolando un nombre sin darse cuenta–. Desapartándose de la pintura con cautela, <<tsssssssssssssss>> se escuchó. Ann Marie volteó para todos lados, quería saber con exactitud de dónde venía ese sonido de fuga, y en una de las esquinas de su sala, vio a alguien agachado; temblando, se desmayó.


Rolando se detuvo, escuchó unos pasos yendo hacia él, se dio media vuelta sin dejar la silla y gritó. Carla estaba detrás de él.

    -¿Qué haces escribiendo a esta hora, amor?
    -No sé, sólo me desperté y me dieron ganas de continuar, no tengo sueño, y pues, en realidad, este es mi trabajo, tengo que hacerlo, y a veces durante el día no me dan ganas de hacerlo... ¿Quién sabe porqué?
    -Ven a la cama, se siente mucho frío sin ti.

Carla, con un vaso de leche, se fue a la cocina. Dejó el vaso y fue a sentarse en un sillón, a un lado de Rolando que lucía raro, viendo a la computadora sin pestañear, imaginando ella que sólo en su mente se creaban las distintas suertes de su protagonista dentro de la historia. Lo abrazó y le dijo que fuera a dormir, que al otro día tendría mucha luz y mucho día para continuar.


Se fueron a dormir, el reloj marcaba las tres cuarenta y cinco.

por Foma Sterr

No hay comentarios:

Publicar un comentario