Un
sabotaje egocéntrico.
Un
acto autoterrorista reflexivo.
El suicidio del ego narcisista
asistido por nadie más que por el yo.
Eso proponemos como mecanismo
para extinguir toda “presunción intelectual personal”.
Desde luego, conocemos un mito
que podría ser fundacional. Es éste:
Un día un sujeto, que morirá
arrollado por una camioneta de tintorería, propone matar al Autor; esa “personalidad”
que terminó convertida en enquiste discursivo de la Modernidad debido a su
regodeo en el culto al yo.
El asesinato del Autor, como la
muerte del sujeto que ideó su crimen, está basado en flujos: de discursos, en
el caso del Autor; de velocidad, en el caso del atropellado.
El discurso que fluye lleva
palabras que no pertenecen al Autor: forman parte de un diccionario
confeccionado por una experiencia permanente, desde la cual el Autor habla pero
no como generador sino como continuador, como repetidor, como engarce de
palabras, de flujos discursivos que no nacen con él ni mueren con él (aquí el
yo-crítico que ha terminado por matar al ego narcisista suelta la primera
carcajada ante la pretensión pedantesca de todo aquel Autor que se asume como
“creador” y reparte autógrafos en sus libros, jaja).
La rapidez con la que intenta
esquivar el golpe no le es suficiente al atropellado para evadir la velocidad
de la camioneta que se impacta con él, dejándolo en el suelo, inmerso en la
revisión vertiginosa de su vida y en los hechos y en los dichos de la misma,
entre los cuales se encuentra la tesis de la “muerte del Autor” (y aquí surge
una segunda carcajada ante la cruel ironía del destino que asesina al
implacable asesino del Autor, jaja).
El que a hierro mata, a hierro
muere.
O, lo que es lo mismo, la muerte
pide más muerte; así que los que comprendemos esto entendemos que al proponer
la extinción del híper yo (es decir: del ego narcisista), debemos proponer, también, EL
MAGNICIDIO DE LA MODERNIDAD.
Porque matar al híper yo implica
matar a la Modernidad que le dio origen.
Matar la Modernidad implica matar
al híper yo, extasiado en su narcisismo.
¿Cuál es el movil?
¿La intencionalidad?
¿La explicación?
¿La justificación?
Una lucha encarnizada contra todo
lo susceptible de ser convertido en mercancía.
II
Porque, aceptémoslo: hoy en día
todo Autor que se asume como Autor se aliena y se convierte en mercancía.
Todo discurso salido de un Autor
debe posicionarse como MERCANCÍA para encontrar un nicho en el MERCADO editorial.
La muerte del autor nos sirve
para afirmar que la escritura es, efectivamente, un lugar NEUTRO no creado ni
originado por un autor que pueda vender la obra como propia y pueda venderse a
sí mismo como “genio creador”; antes bien, la escritura retoma, re-produce y mantiene
en circulación una práctica colectiva, permanente.
Y lo colectivo y lo permanente,
¿quién lo puede vender?
III
Entendamos que, en última
instancia, las palabras, los discursos no nos pertenecen.
El flujo discursivo es
permanente, así que lo único que hacemos es tomar uno de sus cauces.
Nos ubicamos en alguno de sus
mapas y desde ahí andamos.
Por ejemplo: esta andanada toma
como pretexto una discusión nueva y antigua, permanente, sobre la originalidad
y la reproducción; sobre la creación y la replicación. Por lo tanto este texto
no crea: reproduce. No se origina en un autor (llámese San Agustín, Roland
Barthes o Michel Foucault) sino propone una replicación o recontextualización
de discusiones permanentes. De saberes colectivos.
Y ya lo dijimos: lo permanente y
lo colectivo no son producto de UN AUTOR-GENIO, por lo que éste NO PUEDE VENDER N A D A NI JACTARSE DE HABER CREADO ALGO.
Matar al autor (al híper yo), en consecuencia y
desde nuestra propuesta, equivale a conjurar la alienación del sujeto y la
mercantilización de la escritura.
por: una neutralidad errante
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